La sociedad crea en todo el mundo un miedo, el miedo al rechazo, el miedo a que alguien se ría de ti, el miedo a perder tu respetabilidad, el miedo al qué dirán.
Te tienes que adaptar a toda clase de gente ciega e inconsciente, no puedes ser tú mismo. Esta es nuestra tradición básica en todo el mundo, hasta ahora a nadie se le permite ser él mismo.
En el momento en que el otro está ahí, te preocupas menos de ti; lo que más te interesa es la opinión que tendrán de ti. Cuando estás solo en tu baño, te vuelves casi un niño, a veces haces caras raras frente al espejo. Pero, si de pronto te das cuenta que un niño te está mirando por el ojo de la cerradura, inmediatamente cambias. Vuelves a ser el ordinario y viejo ser que eras: serio, circunspecto, como la gente espera que seas.
Y lo más sorprendente es que tú temes a esa gente y ellos te temen a ti: todo el mundo tiene miedo de todos los demás. Nadie se permite mostrar sus sentimientos, su realidad, su autenticidad y todo el mundo quisiera hacerlo, porque seguir reprimiendo su rostro original es un acto suicida.
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